No llores cuando los malditos
dancen sobre la tumba de tu libertad.
Hazles creer que el ataúd está vacío.
Fernando Sabido Sánchez
Ha muerto un poeta. Es verano, ha muerto un poeta y las calles están frías. La muerte tiene ese tipo de frialdad que despierta al dormido y entumece al diligente, que desorienta al trasgo del tiempo. Es como un golpe de hielo sobre la cara. La muerte suele ser fría, duele y, a veces, entra por la puerta sin más, sin previo aviso, como si se la esperara, que también, o como si entrara en su propia casa con una familiaridad inquietante y tranquilizadora, según el color que haya pintado el día. A su llegada, se funde, con un ritual de amante, con los dedos y con la boca; y añora la garganta y hace travesuras en el territorio que guarecen los ojos. Entonces, ya es tarde para todo. Se produce un fenómeno físico inusitado: el tiempo deja de ser lineal y los relojes se transforman en instrumentos simples e inútiles. Cada mirada, cada tacto sentido con los dedos, cada palabra se hacen volátiles como la nube densísima vista desde dentro y respirable.
Es verano y ha muerto un poeta. Por eso el frío es extraño y embriaga. Más que poeta, era amigo, era trato sincero, honestidad. Era una verdad vestida de poeta, una pieza firme de humanidad, un torrente de extraño inconformismo, una naturaleza anárquica y libre, una tozudez de fértiles caminos; era un todo compacto y universal por sí mismo. Por eso el frío, este frío que sazona con finas láminas de hielo eso que anda por no sé qué hemisferio cerebral y que tiene que ver con la verdad y con la esencia misma de la existencia vista desde el adentro. Porque no se es más por ser más alto, más ávido, más listo, más hambriento. Se es más por el calor que se despide, por la combustión que se genera cada día en un horizonte monótono y consumido por la nieve. Se es más por el verbo claro, sin afeites y sin dudas, sin la maldad de la envidia o la estúpida intención de la soberbia. Por eso la muerte se enriquece y nosotros, los vivos, acumulamos deudas y pobreza. Lo demás, no suma. Lo demás, no es cierto. Lo demás no existe.
La certidumbre es la firme adhesión de la mente a algo conocible, sin temor de errar. En ese espacio de honestidad y descartes es donde es más difícil caminar. Es como una paradoja que se repite una y otra vez y que insiste para recordar que, de vez en cuando, el mundo enmudece ante la vital apostasía de lo fatuo. La muerte es una inhalación prolongada de la luz y el mes de julio ha dejado un manto de nieve en una de las poquísimas behetrías que hemos conocido.
Fernando Sabido Sánchez, pintor, poeta, animal político ab íntegro, pese a la muerte, pese al frío, existe y es gracias al ámbar de su luz, a la combustión infinita y sencilla, gracias a su pequeña hoguera atizada cada día en el silencio de su sinceridad. A su alrededor hemos visto crecer la hierba, esas briznas verdes y alguna que otra margarita. Y en ese cerco libre de hielo tendremos un lugar siempre, otro lugar donde volver cuando el frío y la nieve solidifiquen la esperanza.
Laura Gómez Recas
Madrid, cinco de julio de 2017
Proyecto Genoma Poético_Fernando Sabido