Di luz a tu perfil y curvatura azul
a la piel que te encubre,
sostuve el pincel sobre tu cráter
y vacilé en violetas
para adivinar los vientres
que el sol no emboza.
Agolpé materia contra la mutación
que enojaba a mi alma plasmadora
y soborné al diablo
para ser partera de tu alumbramiento.
Ya te poseían mis ojos,
ofrenda y encarnación de la entrega,
cuando el amante decidió quebrar la aurora
y congeló el plasma en mis arterias.
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¿Por qué tú si puedes soportar la carencia,
asaetear el cielo de la noche sin la luz
y sobrevivir en la ciénaga del olvido
embadurnado con los residuos del beso?
¿Por qué la invisibilidad nunca te mengua,
y te resignas a ser sólo una ausencia,
una sombra temprana de soledades
que no duda un instante de su ventura?
¿Cuál es el pulso con el que atizas
la negrura infinita que tu alma envuelve,
sin perder de tu rumbo la trayectoria
privada de caricias y de zalemas?
Dime cuál es la matemática,
la exactitud de la fórmula que habitas
que permite coexistir, entre tus lindes,
a la concavidad con la plétora.
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Ella es belleza sostenida
sobre el nido que mi noche pinceló.
Tras el cristal del duelo me ilumina,
me suspende la vida, me interrumpe…
para hacerme consciente de mi forma
y no dejarme morir de inexistencia.
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Con un arrebol ocultó la piel
de palidez y roca desvalida.
Se embozó en el grana,
en el arropo encarnado
de la sangre que nunca sería
su ingrediente.
Convirtió el bermellón
en mesura con desvelo,
detonando impotencias en el adentro
porque un solo suspiro hacia el vacío
hubiera sido un azote de sinrazón.
Y acabose la hora,
su amanecida,
sintiendo que su cuerpo se disparaba
hacia la altura inmensa
que apostataba del carmesí.
Volvió a saberse blanca, cana y albina…
Tal como era cuando era amada.
©"Luna sobre púrpura", Laura G. Recas"Luna sobre púrpura", óleo sobre lienzo, Laura G. Recas