Hay un hombre que lleva el sombrero
como un antónimo,
como si el sombrero fuera el contexto
y él un vocablo divergente.
El hombre conoce el nombre de un árbol
que vive en el paseo del parque.
El árbol siente su copa
como un sinónimo,
como si la copa fuera la semántica
encerrada en sus raíces
y él un simple instrumento
para mostrarla.
Los dos la aman.
Aman la mañana resignada a la ciudad,
llena de humo, de polvo y de orines,
que sufre el trastorno de la metonimia,
como si su íntima impureza alcanzara
un cielo de extraña primavera.
El hombre, el árbol y la mañana
se saludan todos los días del año
sin que nadie lo sepa,
porque una elipsis
sobresale en la rutina
de sus discursos predecibles.
Laura Gómez Recas
Imagen: Acuarela, de María José Palmeiro