Bruñida
es la línea que circunvala a Dione,
redondez ingente y congelada.
Contiene lo compacto de tu aliento,
el suspiro de la dolencia antigua,
lo que pierdes al quebrar la luz
y reinventar el día.
La densidad labra mi nombre,
regularmente conjugado por tu boca,
inquieta mácula en tu cráter.
Por eso, sé del fuego en la almenara,
de las dunas, de la espuma de la orilla
y de las alas.
Tibieza y nido solitario.
Helada.
La unción de lo eterno
se cuida del minuto lacerante.
Inmóvil.
La plétora se endiosa
en la pupila verde en pleamar.
Respiro...
Aspiro y espiro fuera,
dentro de ti.
Laura Gómez Recas