Ha de ser evidente lo fugaz en mis ojos
o lo frágil en la caricia de mi voz
porque rescribo las horas de Penélope
cada vez que presiento mis dedos,
apéndices del corazón,
desollados por el roce de los hilos.
Tras la línea que define el mar y el cielo,
más allá del sonido que percibo,
estás tú, desglosando tu cuerpo en mil porciones
desnudas de este tapiz que tejo y que te espera.
Devanas tus palabras sobre Circe,
regalas tus oídos al canto sumergido
y mi casa se derrumba y se empobrece,
poblada de una turba que me hostiga.
Ya no son mis ojos dulce almendra,
ni mi piel, sin tacto, tu planicie.
Embarcado en el silencio de tu nave,
duerme el suspiro irreverente
que exhaló mi boca
mutilada por la ausencia de tu voz.
Laura Gómez Recas